25 agosto 2015

Jardines de Colón / El corazón verde

Fuente exterior
La Plaza de Colón tiene en los jardines del antiguo Campo de la Merced, remodelados en 1994, un corazón verde donde buscar refugio frente al tráfico circundante, la prisa, el desasosiego. Una isla de vegetación rodeada por un anillo de edificios de siete plantas que la ahogan; este perímetro renovador ha respetado, menos mal, la torre bajomedieval de la Malmuerta y la fachada barroca del antiguo convento mercedario, cuya noble arquitectura se transparenta por entre la arboleda. No debe extrañar el porte de los árboles que aquí elevan sus copas hasta sobrepasar los edificios del entorno, pues están fertilizados por las cenizas de patricios romanos que hace dos milenios encontraron el reposo eterno en el cementerio que hubo en el lugar, como aún testimonia el topónimo de la cercana Puerta de Osario.
      Pero el semblante que hoy ofrecen los jardines no es de muerte sino de vida; palpita la vida bajo la arboleda, que cobija amorosamente los juegos de niños, la tertulia doméstica de las madres vigilantes, la taciturna reunión de jubilados, el diálogo sin palabras de los amantes, los perros cautivos y las palomas libres, que se desplazan en un blanco barullo hacia la mano que les brinda alimento... Dos ritmos bien distintos tiene la vida que transcurre en los jardines: el sosiego de quienes están, y se sumergen complacidos en la envolvente compañía de la vegetación, y el andar apresurado de quienes pasan, ajenos a un espacio privilegiado que desprecian sin dejarse seducir, mero atajo en su trayecto cotidiano.

Morabito
      El centro geométrico de este corazón verde lo constituye la fuente, que, como los propios jardines, tuvo un parto lentísimo y laborioso; emprendió ambos proyectos en 1835 un efímero alcalde, el Conde de Torres Cabrera, pero no cuajaron. Los jardines actuales responden a un proyecto de 1905, mientras que la fuente se construyó en los años veinte. Es una obra de aliento neorromántico, realizada en hormigón por el escultor Rafael del Rosal, según proyecto del reputado arquitecto Carlos Sáenz de Santamaría. Sobre el centro del gran pilón circular, anillado por tuyas, surge el pilar central, sobrecargado de veneras y peces de leyenda, sobre el que se encaraman dos tazas decrecientes rematadas por el penacho de un copioso surtidor, que al caer se desmaya en guedejas de agua.
      Una docena de bancos de fundición pespuntean el perímetro de la circular explanada –su forma recuerda la de la plaza de toros que hasta 1831 hubo en el lugar– e invitan a contemplar el grato espectáculo. El rumor del agua, el zureo de las palomas y las risas infantiles levantan una bucólica barrera acústica que amortigua el molesto ruido del tráfico, incesante más allá de las verjas de dorados remates, que proporcionan a los jardines un toque palaciego. Los ocho paseos radiales conectados con las entradas confluyen en el círculo central, todo pavimentado de rojizos adoquines, que, aunque proporcionan más pulcritud, añoran el albero de antaño. A la vera de la fuente dibuja su exótica silueta oriental el somnoliento morabito, hoy transformado en modesta mezquita y sede de la Asociación de Musulmanes. En el contiguo parque infantil juegan los niños, ajenos a cualquier tentación de xenofobia.

Fuente central
Hay que recurrir a Lola Salinas y a Manuel de César para que, a través de su libro Parques y jardines cordobeses, nos guíen por la botánica del recinto, “de los más cuidados y bellos entre los cordobeses”, que anotan entre su arboleda robustos plátanos de sombra, palmeras datileras y canarias, melias o árboles del paraíso, naranjos, recios pinos, esbeltas casuarinas, moreras, tres cedros del Himalaya y álamos blancos, así como ejemplares únicos, como la acacia de tres espinas, el brachichiton, la mimosa, el perfumado mandarino y los cipreses grises. Sin contar las arbustivas plantas que crecen en los parterres, ahora alfombrados de césped, en los que se agrupan macizos de cañas y de agapantos, que al final de la primavera mecen sus violáceas flores sobre esbeltos tallos cimbreantes.

1. La capital
Rincones de Córdoba con encanto
Francisco Solano Márquez (2003)

Tradición de la Fuensanta

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Nuestra Señora de la Fuensanta
TESTAMENTO DE ISABEL RODRÍGUEZ, MUJER DE GONZALO GARCÍA, A QUIÉN SE APARECIÓ POR PRIMERA VEZ LA VIRGEN DE LA FUENSANTA
 
AHPCO, Archivos de la Fe Pública, Notaría 14, Córdoba. 25 de enero de 1481.
Archivo Histórico Provincial de Córdoba
C/ Pompeyos, 6 14003 CÓRDOBA.
Telf: +34 957 355 555 Fax: +34 957 355 566
e-mail: informacion.ahp.co.ccul@juntadeandalucia.es

    La festividad de Nuestra Señora de la Fuensanta se celebra en Córdoba cada 8 de septiembre atrayendo al Santuario de su titular a miles de fieles, hecho este que se repite desde la primera mitad del siglo XV, momento en que encontramos el origen de dicha devoción.
Son varios los autores que han narrado la aparición de la Virgen, así como el posterior hallazgo de la imagen de Nuestra Señora de la Fuensanta, con ciertas diferencias entre ellos, especialmente en lo concerniente a la fecha de la aparición que unos sitúan en 1420 y otros en 1442, justificando estos últimos su teoría y aportando argumentos en contra de la primera fecha (como la coincidencia del 8 de septiembre en sábado que apuntan los relatos, hecho que no se produce en 1420 y sí en 1442, o la titularidad de don Sancho de Rojas como obispo de Córdoba, cargo que no ostentó hasta el año 1440), pero a pesar de ello la historia coincide en la mayoría de sus aspectos.
La aparición se produjo a un vecino de San Lorenzo, Gonzalo García, de oficio cardador, que tenía a su mujer enferma (tullida o paralítica según los autores) y a su hija loca, que al poco de salir por la puerta de Baeza, cerca del arroyo de las Piedras se encontró con dos hermosas mujeres y un mancebo, indicándole una de ellas que tomara un jarro de agua de una fuente cercana que le señalaron y su mujer e hija sanarían tras beber de ella; el mancebo ante su duda, le confirmó que hiciera lo que le decía la madre de Cristo porque él y su hermana Victoria le habían alcanzado ese favor de la Virgen, desapareciendo después. Tras esto volvió a la puerta de Baeza a comprar un jarro, que llenó en el lugar indicado, y su mujer e hija sanaron tras beber el agua.
     La fama del agua milagrosa se extendió rápidamente, siendo muchos los vecinos que acudían con diferentes males y que sanaban tras beber del manantial; uno de ellos, un ermitaño de la Albaida, tras verse curado de su enfermedad, tuvo una visión en la que se le revelaba la existencia de una imagen de la Virgen en el interior del tronco de una higuera cercana a la fuente, puesto el hecho en conocimiento del obispo don Sancho de Rojas, éste ordenó cortar el tronco apareciendo la imagen tal y como había dicho el ermitaño. Esta imagen debía estar bastante deteriorada dando lugar a la realización de una nueva que posiblemente sea la que todavía hoy se venera en el Santuario.
Para dar culto a la Virgen se levanta en primer lugar un humilladero, sustituido al poco tiempo (1454) por otro mayor y un brocal para recoger el agua, que a fines del siglo XV (1494) son cubiertos y protegidos por una capilla gótica de planta cuadrada. A su vez la iglesia, parece que empieza a levantarse en 1450, estando terminada en 1454, si bien sería muy diferente a la que conocemos actualmente, ya que tuvo varias reedificaciones, la más profunda en 1649 que le otorgó su configuración actual, siendo probablemente la portada lateral lo único que permanezca de la primitiva iglesia, junto con la entrada a la antigua hospedería situada al otro lado del patio sufragada con los donativos de doña María, esposa del rey Alonso de Aragón que visitó el Santuario en 1455 para curar su enfermedad.
     El documento que presentamos recoge el testamento de Isabel Rodríguez, la esposa de Gonzalo García, el cardador a quién se le apareció la Virgen, y la primera persona en sanar tras beber el agua de la Fuente Santa. El testamento está fechado en veinticinco de enero de 1481 lo que nos hace pensar que si en el momento de la aparición de la Virgen ya estaba casada, y con una hija de cierta edad, la fecha de 1442 puede ser más acertada que la 1420 para datar dicha aparición.
     En el testamento, en el cual reparte sus bienes entre todos sus nietos, son dos las referencias que hace a los acontecimientos narrados. Al comienzo se identifica como mujer de Gonzalo García y hace una mención probablemente a la aparición, si bien el paso del tiempo ha dado lugar a la pérdida de un pequeño fragmento, quedando como sigue “…Isabel Rodríguez, mujer de Gonzalo García […] la virgen María en la Fuente Santa…”. En segundo lugar en el reparto de los bienes encomienda el cuidado de las reliquias de la Virgen del siguiente modo “…et mando las reliquias que yo tengo que parescieron en la dicha fuente santa al dicho Gonzalo García mi marido a Catalina López la serrana beata que mora a la Magdalena…”, lo que confirma el deterioro de la imagen original y la talla de una nueva.
     El documento, pertenece al fondo de Protocolos Notariales, antiguo oficio número 14 de Córdoba, y está otorgado ante el escribano Gonzalo González, incluyéndose dentro del grupo de fondos de Archivos de la Fe Pública.

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En la primera mitad del siglo XV moraba en el barrio de San Lorenzo, junto a la puentezuela, un infeliz cardador de lana llamado Gonzalo García, a quien su escaso jornal no bastaba a sostener a su esposa e hija, la primera paralítica y la segunda demente; por tanto, imposibilitadas de ayudar a contribuir con su trabajo a los gastos de la familia. Desesperado con tan triste situación, y no sabiendo qué determinación tomar, saliose un día por la puerta de Baeza hacia el arroyo de las Peñas o Piedras, que es el de la Fuensanta, y hacia el sitio que aún se denomina de las Moras, a causa de las muchas silvestres nacidas en aquellos paredones.
Meditabundo y pensativo iba Gonzalo hacia el mencionado sitio cuando se le acercaron dos hermosas jóvenes, una en pos de otra, y un gallardo mancebo; la primera le dirigió estas o parecidas cariñosas palabras: "Gonzalo, toma un vaso de agua de aquella fuente, y con devoción dalo a tu mujer e hija y tendrán salud". Suspenso quedó aquel desgraciado, si bien dominándolo la idea de que sus favorecedores serían la Virgen María y los patronos de Córdoba San Acisclo y Santa Victoria, en cuya idea lo afirmó el gallardo joven diciéndole: "Haz lo que te manda la Madre de Jesucristo, que yo y mi hermana Victoria, como patronos de esta ciudad, lo hemos alcanzado de la Virgen Santísima". 
Lleno de gozo y aún más admirado volvió ansioso la vista hacia el sitio señalado, donde efectivamente corría el agua, manando de entre las descubiertas raíces de un cabrahigo (higuera silvestre), que demostrando su atigüedad cubría con sus ramas parte del paredón de la cercana huerta. Mas casi simultáneamente iba a arrojarse a los pies de su celestial bienhechora cuando ésta ya había desaparecido con los santos mártires.
Henchido su corazón de gozo y agradecimiento, corrió Gonzalo a una alfarería, cercana a la hoy demolida puerta de Baeza, compró el jarro y lleno de la salutífera agua lo llevó a su casa contando lo ocurrido y pidiendo con gran fe que con ella viviesen su mujer e hija, logró verlas libres completamente de sus acerbos y ya incurables padecimientos. Como no podía menos de suceder, la noticia circuló por toda la ciudad. Los enfermos corrieron a beber de la fuente designada, y nuevas curaciones justificaron más y más la virtud de sus aguas. Mas nadie acertaba a descifrar aquel misterio, descubierto al fin por otra nueva revelación.
El jarro comprado por Gonzalo García, y que era de barro vidriado, como color amarillo, se conservó muchos años como una preciosa reliquia, afirmando Enrique Vaca de Alfaro que el día 6 de abril de 1671 tuvo en su mano un fragmento que aún quedaba en poder de Juana de Luque, vecina de la calle del Aceituno, de 67 años de edad, y viuda de Nicolás Muñoz de Toro, descendiente del Gonzalo. 
Veinte años habían transcurrido desde aquel portentoso suceso, aún sumido en el más misterioso secreto. El sitio conocido por la Albaida era la morada de los ermitaños de Córdoba, aún no congregados como en la actualidad, y uno de ellos, agobiado por una cruel hidropesía que lo llevaba al sepulcro, se decidió también a beber de las saludables aguas de la santa fuente, y con ellas logró la salud apetecida.
Lleno de agradecimiento y fe pedía a Dios y a la Virgen en sus oraciones que se dignasen aclarar aquel arcano, cuando una noche, la del 8 de septiembre, oyó cierta voz que satisfizo su ansiosa curiosidad, revelándole que en el tronco de aquel cabrahigo se encerraba una imagen de la Virgen, depositada en un hueco cuando la persecución de los cristianos, y cuya concavidad había cerrado el transcurso de tantos años.
El ermitaño corrió al día siguiente a presentarse al obispo de Córdoba don Sancho de Rojas, y contándole lo ocurrido, éste hizo cortar el árbol, confirmándose las palabras del anacoreta, puesto que fue hallada la imagen que con tanta devoción veneramos. Es de barro y tiene en la espalda unas letras muy gastadas, al parecer góticas.
Al día siguiente de la revelación cortóse el árbol, y encontrado tan estimable objeto, divulgose la noticia con la velocidad del rayo, acudiendo casi en su totalidad el vecindario de Córdoba con el clero, autoridades y demás corporaciones, formando todos una procesión que en medio de una alegría indescriptible, aumentada por el repique de tantas campanas como entonces había, y del disparo de cohetes y arcabuces, llegó con la imagen al Sagrario antiguo de la Catedral, hoy capilla de la Cena, donde la depositaron, hasta que se edificó en el sitio del cabrahigo el primer Santuario de Nuestra Señora de la Fuensanta#El humilladero o Pocito, costeado por el obispo don Sancho de Rojas.